Gregory K. dormía plácidamente en su cama. De pronto sintió una especie de malestar, se revolvió en la cama, intentó abrir los ojos pero no lo consiguió, intentó chillar pero notaba que algo le cubría la boca, levanto sus brazos para pedir ayuda y vio como sus dedos, toda su piel se fundía en una masa pegajosa y aforme, sus dedos desaparecían bajo aquella capa que empezaba a taponarle la nariz. La sensación de ahogo y desconcierto le arrollaba. Luchó contra su cuerpo, contra aquel tejido que lo recubría, contra aquel ser que le había robado todas las cavidades y separaciones fundiendo su propio tejido en un continuo sin tregua, sin recodos, sin orificios, dando a Gregory K. la apariencia de un saco.
De pronto se encontró sentado en la cama, sudoroso y chillando como un poseso. Había sido una pesadilla.
Alargó la mano y cogió la ropa que colgaba en una silla cercana a la cama. Se puso los calcetines y sus pies se volvieron granates como ellos; su camisa entonces sus brazos y torso se dibujaron rallados como e una cebra; se puso los pantalones para poder salir corriendo de allí y sus piernas estaban oscuras. Su cuerpo era su traje y él como un enorme camaleón. Salió a trompicones de aquella habitación mientras se quitaba la ropa a toda prisa.
Llegó al lavabo dispuesto a mirarse en el espejo. Se disponía a dar la luz cuando vio que el interruptor se hallaba a varios metros de su cabeza, le recordó la visión de un turista que mira a un rascacielos infinito. ¡Había encogido! Gregory K. se frotó los ojos con furia. Deseaba limpiar su visión, despertarse, pero… ¿aún estaba soñando? ¿Estaba enfermo? Regresó a su cuarto y cayo al abismo.
© Carme Folch, 2012
14 de gener 2012
"Las peripecias matutinas de Gregory K."
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